Héctor Soto Barrón el filoso poeta mexicano dice:Compás de Espera
La lectura es un ejercicio que transforma la contemplación en reflejo, y la mirada en palabra. Hay el anhelo correspondido de comulgar con el Otro: el que dice, el que es dicho, el que sin decir ni ser dicho está presente.
Por eso, la lectura siempre es una aproximación al origen de la Voz: lo que escucho es lo que empieza a ser, y lo que leo es lo que empieza a desprenderse del mundo.
La voz de Sandra Pasquini se afirma en mostrar lo doloroso del desprendimiento, tanto como en detener ese pronunciamiento. Su voz, por eso, no complace ni cierra interpretaciones, desgarra y abre el sentido de renombrar al mundo desde la lejanía.
Su geografía privilegia el abismo, la orilla, el filo, lo hondo y, en un sentido dramático, lo más hondo. Su pueblo prefiere antes que la carne o el resplandor de las miradas, el hueso y la ceguera, los nombres sin nadie a quien nombrar, las tumbas sin cuerpo a quién acunar.
Son los que se han ido a quienes se busca detener con la palabra dolorosa, y con ese detenerlos, se pretende re-amarlos, recuperarlos, devolverles el cuerpo y lo tangible añorado, pues nombrar es también convocar. Y Sandra Pasquini convoca con una tensión que provoca primero silencio, después ahogo, y después abandono: no hay en sus poemas el consuelo de la recuperación, ni siquiera de uno mismo.
La poesía de Sandra Pasquini se mueve sobre el distanciamiento: “La nada es lo que soy”. Y desde esta afirmación bordea caminos que no parten y que no llegan, que se entrecruzan en otras orillas aún más lejanas: las que no le pertenecen sino porque se sabe imprescindible: “Hijo,/es tu madre la que aúlla”. Y ¿de qué madre habla? ¿De ella misma? ¿De la lengua que recurre al aullido para darle nombre a las cosas que no sabemos nombrar? Habla de todas las madres, las que encuentran su cuerpo vacío e infértil, las que no tienen más susurros ni condescendencia ante el silencio, las madres que se fijan en el grito para reconocerse en este mundo también impronunciable.
La lejanía en la poesía de Sandra Pasquini no significa indiferencia, expresa la posibilidad de mirarse a sí misma despojada de un cuerpo y de un argumento, por eso se inclina a la oscura afición de recrear las heridas, los cortes, los tajos, las aberturas; por eso sus versos enamoran por la concisión, pues su origen evidente no está en la meditación, sino en la epifanía, es decir, en la manifestación, en la revelación de las cosas que permanecen debajo o detrás de lo aparentemente sólido.
Hay en la poesía de Sandra Pasquini una fiebre delatora: lo que ilumina en este regreso de sus incursiones al espacio de lo indecible, sin embargo, calcina la razón y endurece las formas: “mi propia lava es lo que queda”. La constancia de un ardiente río que captura lo que ha tenido nombre y su reflejo y no lo deja más porque es parte de su naturaleza.
En este poemario Sandra Pasquini logra quedarse fuera de ella, desgarrada, pero permanece dentro de quien la lee como una Voz que se busca para ser dicho, para ser detenido así sea en la calcinada fijeza de lo que no termina.
Héctor S. Barrón
México DF, Noviembre 2007